1.
Terminé de leer La novela luminosa y leí la introducción de nuevo. Ahí dice que El discurso vacío y Diario de un canalla son de alguna forma continuaciones de La novela luminosa. ¿Quién me los presta?
2.
Amé. Mucho. Gracias Ceci Ursi por la recomendación. Sin embargo, no creo que todos vayan a amar. El libro que en tapa dice La novela luminosa debería llamarse en realidad Diario de la beca, seguido de La novela luminosa, como las novelitas de Casas. Porque es así: el diario de la beca es la muy mayor parte del libro. El Diario de la beca, sinopsis: En el 2000 a Levrero le dan una beca Guggenhaim para que termine La novela luminosa, que había empezado veinte años antes y nunca había podido completar. Para poner a funcionar la escritura, empieza el diario de la beca. Es un diario, donde escribe cosas cotidianas. Que además, porque el tipo está bastante loco, son pocas y repetitivas: historias relativas a su computadora -y al uso patológico que le da-, a sus alumnos de taller, a su salud, a una paloma muerta en una terraza aledaña. Y también algunas historias relativas a personas: a Chl, una mujer, a su médica, su ex-mujer, algunos amigos. Y en el medio, opiniones sobre literatura, música, la vida. Y de pronto magia. Hay un momento en que el diario de la beca se vuelve tan flashero que pensé que el tipo había convertido su diario en una novela de ficción (propiamente dicha, que de todos modos lo es: el diario tiene trabajo de corrección, lo dice él mismo. El diario lo decidió publicar él.)
3.
La novela luminosa es mucho más corta, y muchas cosas de las que lees ahí las leíste de otra manera en el Diario. Es un encanto, pero no sé cómo se leería sin la lectura previa del Diario (y no puedo saberlo). Supongo que peor. Lo que sí es notable, muy llamativo, es que entre el Diario y La novela parece haber un cambio ideológico. No porque se contradigan, en lo absoluto: sino porque todo lo que descarga en La novela -que no es una novela propiamente dicha sino más bien, como dice él mismo, un artefacto ligado más al género panfletario- parece estar escrito por otra persona, o, mejor dicho, por una persona que tendría otra vida cotidiana y otras reflexiones en su diario, que las que te encontrás, sorprendentemente, en el Diario. Para un lado y para el otro. Sobre todo lo digo con respecto al último de los capítulos, que se titula "Primera Comunión".
4.
Mario Levrero es un gran escritor. Gran. Y tiene una prosa muy pregnante. Igual creí que cuando me tocara escribir esta reseña iba a verme en la situación de estar escribiendo como él, y lamentablemente no está pasando. (Esto es un comentario Levrero: Google no reconoce la palabra "pregnante" y en su lugar me sugiere "repugnante". Tampoco reconoce, y esto siempre me sorprende, la palabra "Google".)
5.
Cierre con frases imperativas: Si ya saben que les gusta Levrero, no dejen de leer La novela luminosa. (En un momento me pregunté: ¿tiene Levrero en Uruguay la importancia que debería? ¿Es La novela luminosa un best seller en Uruguay, o por lo menos en el sentido en que puede serlo Bolaño en algún lado -seguramente en España-? Si son uruguayos, no dejen de leer a Levrero). Si no saben si les gusta Levrero, pero les gustan los diarios, lean La novela luminosa. Si sólo les gustan la novelas propiamente dichas, dejen. Se la van a perder.
6.
Una cosa más. Leí todo el diario sin saber qué aspecto tenía Levrero en la realidad real. En un principio creí que se parecía a uno de esos viejos con obesidad mórbida que se cierran el cinturón a la altura del pecho y se meten la chomba adentro del pantalón, y nunca se cortan las uñas. Más adelante -cuando deja el tono patético con respecto a las mujeres- pensé que debía ser más bien un viejo flacucho pero más o menos entero, con barba pinchuda y actitud nerviosa, como un personaje de South Park. Bueno, no era ninguna de las dos. A los potenciales lectores de La novela luminosa les recomiendo el ejercicio: no busquen la foto, la realidad es bastante más convencional.
6.
Una cosa más. Leí todo el diario sin saber qué aspecto tenía Levrero en la realidad real. En un principio creí que se parecía a uno de esos viejos con obesidad mórbida que se cierran el cinturón a la altura del pecho y se meten la chomba adentro del pantalón, y nunca se cortan las uñas. Más adelante -cuando deja el tono patético con respecto a las mujeres- pensé que debía ser más bien un viejo flacucho pero más o menos entero, con barba pinchuda y actitud nerviosa, como un personaje de South Park. Bueno, no era ninguna de las dos. A los potenciales lectores de La novela luminosa les recomiendo el ejercicio: no busquen la foto, la realidad es bastante más convencional.
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