Llego un poco tarde a un libro que tiene algo de coyuntural, podría decirse. El cine y lo que queda de mí es un libro de 2012, escrito por el productor cinematográfico Hernán Musaluppi (Rizoma) en colaboración con Pablo Chernov (y la colaboración consiste en que Chernov, por momentos, asume el timón del libro y habla en primera persona y en primer plano). Es un libro raro, publicado por Capital Intelectual en una colección que se llama Confesiones, pero que se presenta en principio como un texto sobre la producción de películas. Dice Musaluppi: "En el comienzo, tuve la intención de generar un texto teórico a partir de la experiencia práctica (...) Con el correr del tiempo y de las sucesivas reescrituras, el cine fue perdiendo terreno ante la irrupción de textos híbridos, menos técnicos, pero más personales y reflexivos". Esos textos a veces no hablan de cine, ni lo rozan, salvo en la persona de Musaluppi. Así que el libro es como un ensayo sobre la producción de cine en Argentina, que incluye voces de otros productores, mezclado con anécdotas sobre cine argentino, chismes, y todo eso mezclado con relatos autobiográficos de Musaluppi, sus depresiones, su afición al rock and roll, entre otras cosas. El libro fue medio un boom dentro del ambiente audiovisual argentino en su momento, porque Musaluppi es uno de los productores importantes de nuestro país (fue el productor de Rejtman y de Trapero en los '90s, y después en los 2000 fundó Rizoma y produjo cosas como El custodio, Un novio para mi mujer, entre otras) y porque en el libro le pega fuerte a algunos nombres (en especial a Santiago Mitre, de El estudiante, y a Fadel, de Los salvajes, directores que por algún motivo o pertenencia de clase pueden sustraerse del apoyo del INCAA para producir y que hacen una especie de militancia de eso) y a algunos rubros. Ejemplo: "Los programadores y los críticos, al igual que los funcionarios y los representantes de actores (estos últimos estarían en el círculo más bajo del Infierno de Dante) trabajan con material que no les es propio: la obra de un tercero. Y, como consecuencia de ello, ejercen una profesión en la que no existe el riesgo. (...) Los programadores, salvo escasas excepciones, viven de seleccionar las películas de sus amigos, o las que 'hay que elegir' por moda o por compromiso, o aquellas que les garantizan la continuidad en sus viajes de curaduría barata alrededor del mundo y se convencen de que, de esa manera, lograrán construir un espacio duradero de poder".
2.
Igual lo que más me gustó fue la aventura tucumana de la productora Sazy Salim, que con anécdotas como esta que relata Pablo Chernov, o la que me contó ella una vez sobre su breve experiencia de incógnito como Sazy Salimsky para producir El rey del Once de Daniel Burman, debería tener un libro propio.
3.
Acá hay un fragmento del libro: http://www.elamante.com/noticias/1679/
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