1.
Hay que jugársela por una prosa así, como enrevesada, alejada del naturalismo, densa y barroca, saeriana, en estos tiempos que corren (y cómo corren). A Fermín le salió y le salió bien, ganó con esta novela el premio del jurado para novela (Selva Almada, Félix Bruzzone, y la Editorial Entropía que lo publicó) de la Bienal de Arte Joven de 2019. Y se mandó una novela que, una vez estás adentro, es alto viaje. Empezás in medias res, ya subido a la carreta, hay que ponerle garra a las primeras páginas y dejarse conducir por las ganas de entender quién es quién, a dónde van y por qué, y también quién habla. En el movimiento se acomodan los melones y lo que primero parecía ripioso, se vuelve -casi- novela de acción.
2.
Lo que me hacía avanzar con Rudes, Elena, la narradora y Pedernera hacia Villa Evangelina era la zanahoria de entender eso mágico, oscuro y brujeril que repta debajo de la narración, que por atisbos se capta pero siempre con más preguntas que respuestas. Y también la crédula intriga de qué iría a pasar cuando llegaran a destino, sobre lo cual no diré nada.
3.
Otra cosa: gran manejo de las velocidades, Fermín: el relato es lento en el lento avance de la carreta, y de golpe es brusco cuando tiene que serlo, brusco y visual. No es moco de pavo lograr eso.
4.
Último: muy curioso lo variado de las referencias a las que me remitió la lectura, por diversas y por inusuales para la literatura argentina actual. Como ya dije, hay algo del Saer de Las nubes (que es el Zama de Saer), pero por otro costado se me aparecieron el libro de Judith Farberman Las salamancas de Lorenza: magia, hechicería y curanderismo en la Tucumán colonial, y esto en la misma bolsa que todas esas historias (ahora se me ocurren sólo películas) donde a una personaja se la acusa de brujería y primero te parece que no pero después MUAJAJA, como La bruja de Eggers, o Anticristo de Lars von Trier. Y agrego otra que nada que ver con las anteriores y que seguro Fermín no leyó pero también se podría hermanar con esta, sobre todo por el periplo geográfico y temporal: la buenísima y reciente novela gráfica Náufrago Morris, de Lautaro Fiszman y Pablo Franco.
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