sábado, 12 de diciembre de 2020

Especies de espacios, de Georges Perec

1.

Yo en realidad quería leer Me acuerdo, pero Yaela me lo prestó en tándem con este, que dijo es el que más le gustaba, y yo ahora acuerdo (me acuerdo) con ella. Como dije en la reseña respectiva, Me acuerdo me resultó localista y falto de mayor interés, puestos en que este amigo francés, al que de haber conocido a su debido tiempo (cuando leía fervorosamente a Julio Florencio) hubiera adorado, ni siquiera estaba inventando el dispositivo en cuestión. Muy por el contrario, Especies de espacios tiene todo lo que quieren las guachas: fuma, toma y se arrebata.

2.

Ya desde el vamos, desde la tapa, Especies de espacios juega con los espacios: las letras, en un libro, están ordenadas en el espacio, ocupan espacio, crean espacio. Y así, mindfuckeando al lector y la lectora y el lectore, Perec sigue, y va desde el espacio más chiquito ("la página") hasta el más grande ("el espacio", es decir, el espacio sideral), pasando en orden (y este es el índice) por: la cama, la habitación, el departamento, el inmueble, la calle, el barrio, la ciudad, el campo (el campo no existe, es una ilusión, dice Jorgito), el país, Europa (ahí mostró la hilacha, pero mejor hablar de lo que unx conoce), el mundo. Y sobre cada espacio dice cosas dispares: algunas son reflexiones, otras son anécdotas (me acuerdo...), otras  son propuestas de actividades. La verdad, es bárbaro Jorgito.

3.

Un comentario sobre los prólogos de mierda: los odio. Odio cuando alguien (en este caso, el traductor Jesús Camarero) piensa que tiene que escribir algo inteligente y largo y sesudo muy sesudo para estar a la par del libro que está prologando, sin ver más allá de su nariz que lo de Perec además de inteligente es gracioso, y no da arruinarlo con un paper de mierda adjunto. Obvio que no lo terminé de leer, al prólogo.

4.

Dos citas para muestra de lo lindo y capo que es este libro (es un libro muy capo):

Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse. (p. 25)

No hay nada de inhumano en una ciudad, como no sea nuestra propia humanidad. (p. 100)

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