1.
Si como dicen algunxs Tamara Tenenbaum está hypeada, es por su propio mérito. Está bien: le suman su juventud (¡es más chica que yo! ergo ya no soy joven, ergo pronto moriré) y las circunstancias de su infancia, que le dan mucha tela para cortar, pero cuántas como ella no son escritoras. Me parece que viene sonando tanto (en el reducido mundo de la gente que lee) porque escribe bien (¿qué significa eso? no sé pero es un hecho) y porque su escritura surfea sin hacerse mucho los rulos entre lo autobiográfico y lo imaginario, la crónica y el cuento. Este libro es lo más cuentístico de ella que leí hasta ahora, después de la notable plaqueta de poesía Reconocimiento de terreno (¿ya les conté que odio la palabra plaqueta?) y el ameno pero olvidable (me gustó pero no sé qué decía) El fin del amor: querer y coger.
2.
Los primeros cuentos me resultaron chatos, pero después empieza a jugar con algo que me parece que es la apuesta del libro, el dispositivo o el truco o como quieran llamarlo, que mientras más lo intensifica más me gustó: bajo un título polisémico pero opaco, te empieza a contar una cosa y medio sin que termine te empieza a contar otra, y después otra, y después el cuento termina y en un lugar de la mente del lector esas cosas con ese título se unifican en un aire de familia, pero sin que quede muy claro en qué: a esos relatos fragmentarios no los une un tema evidente sino algo más misterioso. Hay un par de cuentos en los que hay una trama principal que habilita otros relatos más breves: en "Insensatez e imprecisión" es un viaje a Chile con su madre y las amigas de ésta, en "Qué es una familia" es la compra de un departamento: esos son lindos y quizás menos posmo. Pero hay dos re posmo, donde el hilo está escondido, que fueron los más lindos: "Deberías aprender a manejar" y "Qué hay en Panamá".
No hay comentarios:
Publicar un comentario