domingo, 5 de abril de 2020

Festival, de César Aira

1.
Si yo pudiera escribir un solo libro del calibre de los de este humano, me sentiría hecho. Es realmente notable. Esta novela de 94 páginas, editada por el BAFICI en 2011 (tiene el logo amarillo en la tapa), pareciera haber nacido como un divertimento: Aira había sido jurado del festival en 2010 y entonces empezó a escribir una novela sobre un festival de cine, que no es el mencionado papifi sino un festival inventado, en una ciudad inventada de un país innominado, con puntos de contacto con el papifi. Se trata de Perla, la programadora del festival, que arma la restrospectiva de un cineasta belga salido del cine de clase B que hace películas de ciencia ficción con escenografías de pacotilla, y de Steryx, el mentado cineasta (cuyo nombre es casi Ásterix, ahora que lo veo) invitado que además presidirá el jurado, y que para sorpresa de todxs llega al festival con su anciana madre del brazo. Todos los periplos del libro salen de este escollo, la anciana madre, que es anciana hasta el límite de lo posible y que debe ir a todos lados con el hijo. Es admirable lo exasperarte que puede ser este personaje, que parece salido de una novela de Roald Dahl. Qué me sorprende de Aira: que pareciera que se sienta y escribe nomás, y le salen estas cosas con trama, personajes, coherencia, y que sin blancos activos cambia de escena con la fluidez del correr de un conejo y se viene toda la nieve y te tapa. Y que encima te mete cosas como esta, en la novelita que sacó para el papifi:

A una pregunta en ese sentido había respondido que la Historia no por lineal dejaba de tener un volumen en el que todo podía verse al mismo tiempo, aunque no sucediera al mismo tiempo. A la Humanidad del futuro sólo le había quedado, de todos los tesoros amasados en el Pasado, la presencia, nada más que su presencia en medio de un Cosmos infinito. No era que hubieran perdido todo por su culpa, sino por el mero paso del tiempo, que inevitablemente agotaba las cosas. De modo que la presencia se había vuelto el bien más precioso de la Humanidad, y lo atesoraba con un ansia que podía llegar a la ferocidad. Por eso, cada lugar (cada punto del Universo) en el que no estaban se les presentaba como una amenaza: en él podía estar sucediendo la justificación y salvación que tan en vano habían querido conseguir mediante la pérdida o renuncia de todo lo demás. Y no porque creyeran que en ese lugar, cercano o remoto, generalmente remotísimo, fuera a pasar algo importante. La categoría de importante, en esa etapa de la historia del Hombre, ya había perdido pertinencia. En toda ocasión, en tanto ocasión, el Hombre debía estar presente, porque si se perdiera una sola se abriría un agujero, literalmente, un agujero en el espacio tiempo (...) que después sería imposible de llenar. (p. 60)

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