viernes, 19 de julio de 2013

Escritos sobre la cocaína (selección), de Sigmund Freud

1.
Aaaah. Qué polémico eh. Bueno, no es polémico. En ese sentido es una decepción. De los nueve textos que contiene, algunos ni hablan de la cocaína: son distintos tipos de textos (ensayos, cartas, artículos, discursos) en los que en algún momento dice la palabra cocaína. El único que realmente justifica el título del libro es el primero, "Über Coca", que es un artículo muy científico para una revista ídem de 1884, en el que habla de los posibles usos medicinales y de otros tipos de la planta de coca y de la cocaína también. Después hay como tres textos que son versiones o agregados al recién mencionado. Y después hay un par de cartas de la época en la que Segismundo usaba cocaína, y un par de textos sobre interpretación de sueños en los que analiza sueños propios, en los cuales o bien aparece mencionada la cocaína, o bien él la trae en su interpretación a partir de un recuerdo. Muy tirado de los pelos para estar incluído en un libro con "escritos sobre la cocaína". Algunos tienen una intro de Anna Freud que justifica la inclusión de los mismos (en las cartas por ejemplo), que más que nada parece todo una operación de Anna para acusar al padre de merquero.

2.
Superada la decepción (-eh, ¿no era como El almuerzo desnudo?-" re tarado el pibe), el libro me resultó interesante. Quizás porque nunca (que yo recuerde) había leído a Freud. En los textos más densos, es más didáctico de lo que esperaba. Y en las cartas observamos la megalomanía del amigo Freud, y también es entretenido eso. Por otro lado, "El sueño de la inyección de Irma" (1895) está muy bueno para conocer el método de interpretación de los sueños de Sigmund, porque es una aplicación muy detallada y explicada del mismo.

3.
De todos modos, es uno de esos libros que sólo me interesan a mí. No lo lean, y serán más felices.

2 comentarios:

Le noir dijo...

me reí mucho con la reseña de frói, las acusaciones de su hija y la comparación con el almuerzo desnudo jajajajaja.
No sé si lo nombrará en algún punto de sus nueve despilfarros pero te traigo dos historias divertidas sobre la cocaína y el gas de la risa, no seas cagón, son divertidas:

Un día Frói estaba ranchandola en la facu muy tranqui cuando su amigo Koller llegó con un frasquito y le dijo "Acá! Acá tengo la revolución de la anestesia papá!". Hasta entonces las cirugías de ojo eran una cosa muy fulera porque los anestésicos generales que se usaban tenían unos efectos secundarios de mierda.
Koller a su vez esa mañana había estado tirando facha en el laboratorio donde laburaba ese verano, y su colega le ofreció un poco de coca que le regaló un primo que se fue al Machu Pichu de recuerdo. Al rescatarse de que se le durmió toda la lengua, preparó un polvo de esa hoja, lo puso en un gotero y se lo aplicó en el ojo a un sapo. El sapo se dejó operar lo más pillo. Koller había descubierto el anestésico ideal para cirugía oftalmológica! Muy zarpado en contento se lo contó a Frói, éste se choreó el invento, desbarrancó con la blanca y la empezó a recomendar a izquierda y derecha.
Son así, Koller y Frói, los padres de la colombiana.

Un pobre infeliz previo a estos dos, llamémoslo Wells, dentista de la época, ¡de ultra-vanguardia!
Todos los torturadores de la historia, desde el primer cavernícola que experimentó el sadismo hasta Jorge Rafael Videla, morirían de envidia de poder practicar su profesión y encima gozar de renombre y buen sueldo. Porque, seamosnós sinceros: si bien hoy ir al dentista es una paja, en aquel entonces era enfrentarse a un medieval que podía tranquilamente arrancarte un par de dientes intentando sacarte un cacho de carne entre dos muelas.
Pero Wells era un gran tipo, la viajaba tan mal al ver a sus pacientes sufrir al punto de querer abandonar su profesión. Un día andaba de caravana con una loquita y fueron a un espectáculo donde la gente aspiraba gas de la risa y se reía de los discapacitados y esas cosas que se acostumbraban en la antigüedad. Ahí vio como un tipo estaba tan zarpado en gas hilarante que se hizo un bruto tajo en la gamba y no sólo no le dolió ¡sino que además se cagó de la risa del chocolate que le brotaba! ¡Una maravilla!
Ahí fue cuando Koller, ah no pará, Wells empezó a anestesiar a sus pacientes con este nuevo invento y tras 15 operaciones relucientes se presentó a un anfiteatro lleno de estudiantes y médicos bien caretas de la época a presentar su performans.
Cómo Murphy hubiese predicho de haber estado en el espacio y tiempo correcto, Wells le pifió a las cantidades y el tipo no sólo se despertó en medio de la extracción dentaria sino que además lo puteó de arriba a abajo provocando el repudio y las carcajadas -no por el gas, no por el gas- de todo el público. La comunidad científica lo tiró abajo, el tipo se fue a París a jalar cloroformo tranquilo y en una noche se pasó de la raya, la malviajó y le tiró ácido sulfúrico en la cara a una minita. Fue en cana, obvio. Seguía tan loco que cuando se rescató de lo que pasó, un par de días después, y tras enterarse que un alumno suyo le cagó la performans del gas hilarante, ¡y encima le salió bien!, le enseñó al mundo que EL era el capo de la anestesia:
Se pegó un buen saque de cloroformo -facilitado por el guardia, que era otro drogón bárbaro-, cosa de quedar bien bien manso, se abrió una arteria en la gamba y murió desangrado. Sólo. Y re loco.
Son así Wells y el cloroformo, los padres de la generación beat.

Espero que le haya gustado mi querido Alejandro, y si algo o todo esto es mentira, que al menos esté bien contado.

Ale Schonfeld dijo...

jajajajajqajajajajajajajajajajajha