miércoles, 30 de diciembre de 2015

Aguafuertes cariocas, de Roberto Arlt

1.
En pocos días me embarco (me enaviono) por primera vez con rumbo hacia nuestor principal socio comercial, y más específicamente para la ciudad de Río de Janeiro, ex capital federal de los Estados Unidos del Brasil. Como en otras ocasiones con otros países, me entreno leyendo literatura y viendo cinematografía oriunda o relacionada. (Cuando fui a México, leí a Carlos Fuentes; cuando fui a Berlín leí a Sebald, etc.). Por ejemplo leí el Manual Práctico del Odio, del que ya hablamos en la reseña correspondiente, y ahora también este libro de hermosa tapa, editado por Adriana Hidalgo y prestado a mí por el principal lector vivo de Roberto Arlt, el señor Manuel Embalse.

2.
Al Roberto lo mandaron de su diario El Mundo, en el año '30, a viajar y escribir sus aguafuertes desde el exterior. Como sabrán, el tipo tenía una columna, cuyos exponentes porteños están compilados en diversos cosos de Losada, Página 12, la Biblioteca Nacional, entre otros. Cuestión que este libro reúne todas las aguafuertes que mandó desde Río, en orden cronológico y casi diariamente entre el 8 de marzo y el jueves 29 de mayo de 1930. Son notas de cuatro carillas, casi siempre cómicas, algunas más serias, escritas en primera persona y dirigidas a un público al que se trata con cercanía, el lector cotidiano de Arlt en la época.

3.
La verdad, el libro es simpático, pero no pasa de una curiosidad y un entretenimiento. A mi criterio, hay una frase excepcional, que es esta:
Son felices, no leen libros, ignoran la filosofía y empacan viento.
Y después hay un par de notas para alquilar balcones, que son en especial aquellas en las que habla de los obreros argentinos en comparación con los obreros de Brasil (que él generaliza hacia todos los de América). Paso a transcribir mucho:
El obrero argentino se ha asegurado, dentro del país en que vive, un puesto no social, sino con las comodidades que aquí están reservadas para una clase social. Obrero o empleado, en nuestra ciudad suena lo mismo. Aquí no. El obrero es una cosa que viste mal, trabaja mucho y vive peor. El empleado trabaja mucho, va una o dos veces al mes al cine, en cuanto sale de su oficina se cambia de traje y hasta el día siguiente no se mueve de su casa.
Nuestro obrero es discutidor porque entiende de cuestiones proletarias. Hace huelgas, defiende rabiosamente sus derechos, estudia, bien o mal; manda a sus hijos a la escuela y quiere que su hijo sea "dotor" o que ocupe una posición social superior a la suya. Viste a la par del empleado, sobre todo el obrero joven, que es más evolucionado que el viejo. Ya lo dije... obrero... empleado... en nuestra ciudad suena lo mismo. Claro está, con la diferencia de que le obrero gana más y no lo dejan en la vía como se hace con el empleado.
En Buenos Aires estamos acostumbrados a dicho espectáculo y nos parece el más natural del mundo. Pero venga aquí, converse con personas cultas al respecto de este problema y todos, sin excepción, aún el brasilero más patriota, le dirá:
- Tiene razón. El obrero argentino está en un nivel intelectual enormemente superior al obrero brasileño.
Y de pronto usted se da cuenta de esto. Que los malos escritores, los malos periódicos, las malas obras de teatro, toda la resaca intelectual que devora el público grueso, en vez de hacerle daño al país, le hace bien. Los hijos de los que leen macanas, mañana leerán cosas mejores. Ese desecho es abono y no hay que desperdiciarlo. Sin abono, no dan las plantas hermosos frutos.
Parece que Roberto se volvió "argentinófilo" (en sus palabras) durante el viaje, al descubrir cosas como esta. Habla mucho de lo sorprendente que le resulta no encontrar bibliotecas obreras, y de lo mucho que se sorprenden los brasileños cuando les cuenta que en Argentina existía tal cosa. Y cuando digo habla mucho me refiero a que se repite, porque al ser notas de diario repite mucho los conceptos entre éstas. Otro tópico regular es el de que en Río no hay crimen, que no hay joda, que la gente se duerme a las diez de la noche y que las mujeres no corren riesgo de que se les falte el respeto. Y que las cosas son muy baratas. Fuera de eso, también hay unas cuantas notas racistas (de un racismo rancio y despampanante, con todos los tópicos del chiste racista menos los de índole sexual: los negros le parecen babuinos a Roberto, o bueyes, en la oscuridad sólo se ven los dientes, se ríen solos como imbéciles, etc.) y una nota contra las antigüedades y los museos, muy en la sintonía del futurismo fascista italiano. Ah, también está en contra de los paisajes, las montañas y esas cosas. Y también tira buenos chistes.

4.
Pasó mucha agua bajo el puente (86 años) desde ese Río de Janeiro en el que se aburrió Arlt hasta este que voy a conocer la semana que viene. Me intriga un poco ver qué de lo que me contó Roberto desde 1930 sigue fungiendo para 2016. La situación política, en principio seguro que no. Tampoco corre mucho para Argentina que digamos.

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