miércoles, 27 de enero de 2016

El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura

1.
Después de leer y gustar tanto de Herejes, quise leer el hit de Padura, el libro por el que se había hecho mundialmente conocido, que es este, El hombre que amaba a los perros, presentado en todos los medios que hablan de libros como "una biografía novelada de Trotski". En verdad esa definición no es del todo exacta, aunque se acerca bastante a la realidad. El hombre que amaba a los perros cuenta tres historias, en montaje paralelo. Por un lado, cuenta la vida de Trotski en el exilio, desde que le llega a su reclusión en Siberia la orden de abandonar la Unión Soviética el 20 de enero de 1929, hasta su asesinato en México en 1940. Por el otro, cuenta la vida y obra del hombre que mató a Trotski, el español -o catalán- Jaime Ramón Mercader del Río, esta sí desde más o menos el vamos -desde la Guerra Civil Española en realidad, pero con suficientes flashbacks como para que conozcamos su infancia y juventud- hasta su muerte en La Habana en 1978. Y por último, pero no menos importante, cuenta la historia ficticia de Iván, escritor cubano que vive las glorias y miserias (más de estas segundas que de las primeras) de la Revolución Cubana, y que es quien en la diégesis está escribiendo el libro que uno tiene en sus manos, la historia de Ramón Mercader y de cómo su vida chocó con la de León Trotski en una casa de la ciudad de México. Todo esto que acabo de mencionar, en un coso de 765 páginas.

2.
Al igual que en Herejes, Padura, juega con lo histórico y lo ficticio, y al igual que en Herejes, me gustó más lo ficticio, que en este caso es la historia de Iván y su caída en desgracia frente al régimen revolucionario por haber escrito un cuento fuera de los cánones revolucionariamente aceptables. La historia de Ivan (que se parece un poco a la que cuenta Milan Kundera en La broma) sirve como vehículo para hablar de Cuba, más aún que la del detective Mario Conde en Herejes. Creo que, aunque es claramente un maestro en el género de la novela histórica, Padura escribe más cómodo cuando no está atado a hechos concretos de los que tiene que dar cuenta. Tanto la trama trotskista como la de Mercader se hacen pesadas en un punto. Con Trotski pasa que como móvil dramático, su lucha intelectual contra su propio exilio y contra el régimen estalinista no dan mucha intriga. Se repite todo el tiempo el patrón ánimo-desánimo: desánimo ante cada nuevo golpe exitoso del estalinismo contra Trotski o su familia o sus seguidores o contra la oposición interna en la URSS; ánimo porque sí, porque Trotski es vigoroso y siempre se recupera, hasta que hay una nueva noticia funesta sobre la URSS o sobre los trotskistas o sobre su exilio -que lo llevó a recorrer varios países de Asia, Europa y América-, y vuelta a empezar. La historia de Mercader está narrada de manera mucho más atrapante, como una novela de espías (que lo fue), con giros inesperados y todo, porque se sigue siempre al personaje de Mercader, que nunca sabía más que lo sus jefes necesitaban que supiera. El hecho de que Mercader fuera un soldado convencido -y según Padura, engañado- del estalinismo , o sea un villano que se cree justiciero, le da un espesor psicológico que también suma (Trotski, en cambio, es como el héroe caído, no tiene demasiadas contradicciones y hasta se remuerde por los crímenes de guerra cometidos durante la Revolución Rusa). De todos modos, el tener que dar cuenta de tanta información histórica por momentos vuelve densa también la sección de Mercader, y en especial todo lo que le ocurre después de cumplir su misión y hasta su muerte, que ocupa como cien páginas del final del libro, se me hizo sumamente pesado. No obstante todo lo cual, la novela es muy ágil en relación con la cantidad de data que maneja.

3.
Cuando Trotski llega a México y aparece la Khalo, a quien todos estabamos esperando, es genial. Parece que Diego Rivera era un canalla, me vengo a enterar por Padura. También me enteré que André Bretón era trotskista. 

4.
No paré de sentir pena por los personajes. Por Trotski, por Ivan, y también por Mercader. Hasta por Caridad sentí lástima. Pero sobre todo por Sylvia Ageloff, la verdadera víctima de toda la historia. Pobre Sylvia. Le re cagaron la cabeza seguro.

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