domingo, 11 de febrero de 2018

Siete casas vacías, de Samanta Schweblin

1.
Ya publicó cuatro libros esta mujer multipremiada, de los cuales yo había leído solo el primero, El núcleo del disturbio (2002, cuentos). Le siguieron Pájaros en la boca (2009, cuentos también) y Distancia de rescate (2014, novela), y ahora éste, Siete casas vacías (2015), por el que obtuvo un premio español, el Premio Internacional Narrativa Breve Ribera del Duero. La edición tiene en la tapa y en la contratapa los palmarés del concurso que ganó, como si fuera el afiche de una película. Me parece medio feo eso.

2.
Son siete cuentos, como el título del libro indica, y en los siete hay casas, más o menos vacías. En todos hay padres e hijos, en todos pasa algo con la ropa -abuelos desnudos en el patio, ropa de hijos muertos, mujeres que salen en bata a la calle, nenas sin bombacha en hospitales-, en todos aparece la locura. Todos empiezan in media res, en todos se nos retacea información y la maestría de la Schweblin, orfebra ella, está en el desenvolvimiento del rollo, en cómo lo enrolló y en cómo lo desenvuelve. El primero, el que más me gustó, se llama "Nada de todo esto". Lo leí dos veces el día que lo leí: la segunda en voz alta. No puedo contarles nada sin espoilearlo, porque la gracia está en cómo está escrito y en cómo vas entendiendo las razones de los personajes. El segundo que más me gustó se llama "Un hombre sin suerte" y me hizo reír en voz alta en el bondi. Empieza así:
El día que cumplí ocho años, mi hermana -que no soportaba que dejaran de mirarla un solo segundo- se tomó de un saque una taza entera de lavandina. Abi tenía tres años.
Papá, mamá y las dos nenas se suben al auto y corren al hospital, y a la cumpleañera se le requiere su bombacha, blanca, que flamea por la ventana del auto en señal de urgencia. El foco, el punto de vista, es el de la cumpleañera, que ahora está sola y sin bombacha en la sala de espera de un hospital.

3.
Samanta Schweblin vive en Berlín, donde da un taller literario en español. En los primeros cuentos del libro pareciera haberse internacionalizado: los barrios de casas con jardín delantero en los que suceden las historias podrían ser tanto del conurbano bonaerense como de los suburbios de cualquier lado del mundo globalizado. Pero después sorpresivamente, los tres cuentos finales, que tienen un entorno más urbano, sueltan referencias explícitas a la Ciudad de Buenos Aires: la estación Carranza, el barrio de Chacarita... No sé si es importante este detalle, pero por algún motivo me llamó la atención.

4.
El libro me ha gustado. Es un buen libro-regalo, de esos que por su factura sabemos que más o menos debería gustar a todx lectorx medio. Y se lee en un pedo. Bueno, eso.

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